martes, 26 de junio de 2012

1º novela: Cap. 17


17
Bromas pesadas


  Alessia agarró el último bote de nata y lo vertió dentro de la taquilla de Ronny, vaciándolo por completo. Tras eso observó su malvada obra y sonrió; deslizó la mano y se apartó el rubio mechón que había caído sobre su frente. Toda la taquilla estaba ha rebosar de aquella pastosa y grasienta crema, pringándolo todo: la mochila, los libros, las fotografías, etc. Todo había sido sepultado bajo la nata.
  Alessia cerró la taquilla al escuchar pasos que provenían del aula de química e hizo un gesto a sus amigos que estaban tras ella para salir corriendo de la escena del crimen. Daniel trotó hacia el lavabo y abrió la puerta para que entraran. Sara y Alessia dejaron la puerta entreabierta para poder observar como se ejecutaba aquella broma.
  Ronny, una chica de la misma edad que ellos, que vestía con ropa ancha para ocultar los kilos de más, abrió su taquilla y la nata se desprendió en el suelo, ensuciando las bailarinas de Ronny. Esta se quedo boquiabierta al ver el estado en el que se encontraba el interior del armario. Los libros estaban pringosos y sus páginas arrugadas por la crema, la mochila se había echado a perder ya que la grasa que estaba pegada en ella no saltaría y las fotografías que se había echo con sus amigos estaban ajadas. Ronny intentó salvar lo poco que quedaba sin manchar y salió corriendo hacia al servicio contiguo para poder limpiase los zapatos y derramar alguna que otra lágrima.
  Alessia no podía aguantarse la risa, y con ella, se reían sus amigos. Todos excepto Emm, que se encontraba de brazos cruzados viendo como Alessia se lloraba de alegría mientras que en los baños de al lado otra chica lloraba de tristeza.
  Alessia no tenía motivos para gastar aquella pesada broma, simplemente lo hacía porque era fácil y la humillación ajena le hacía mucha gracia.
  Finalmente, Emm salto entre las carcajadas de sus amigos:
  -¿No os cansáis de hacer daño a la gente?-sus amigos se callaron, la observaron y dejaron de troncharse. Se dieron cuenta de que tenía razón. Sin embargo, no todos se dieron por aludidos.
  -¿Por qué eres siempre tan aguafiestas?-Alessia se incorporó y posó una gélida mirada sobre los ojos de Emm.
  -No soy aguafiestas, solo soy compasiva.-Emm miró al techo, esquivando la ojeada de esta.-Al final eso te traerá problemas. Si haces cosas malas te ocurrirán cosas malas.
  -¿Te refieres al karma?-Alessia soltó una risita.- ¿Y qué me va ha hacer el karma?-masculló con tono irónico.- ¿Matarme?

  Sean se despertó de aquel profundo sueño. Se levantó aturdido del sofá, sin saber que había pasado. No tardó mucho en acordarse. Había llegado del instituto agotado tras tres horas de entrenamiento y se quedó dormido en pocos segundos tras tumbarse en el sofá.
  Se dirigió hasta la cocina y se sirvió un vaso de agua y miró el reloj que había colgado en lo alto de la pared. Dejó la copa en la encimera de mármol y caminó rápido hacia su habitación. Había quedado con María en quince minutos y tenía que ir a recogerla.
  Abrió el armario y asió lo más elegante que encontró en ese momento. Se vistió con unos pantalones vaqueros de vestir oscuros y una camisa de cuadros verdes, azules y blancos. Miró su reflejo en el espejo y, mientras se peinaba, reflexionaba sobre el sueño que acababa de tener. Aunque más que un sueño era un recuerdo. Rememoraba ese día perfectamente, y lo que dijo Alessia cuando estaban en los servicios. ¿Quién iba a decir que la macabra ironía de Alessia se iba ha hacer realidad? La verdad es que Sean recordaba todas las travesuras y fechoría que habían hecho él junto con sus amigos. Y tenía mérito, ya que no eran pocas. Casi todos los días le hacían pasar mal a cualquier persona del instituto, porque para Alessia, todos eran inferiores a ella.
  Sean volvió a mirar el reloj y se dirigió hacia la puerta principal para salir de la casa. Se había quedado absorto en sus pensamientos y llegaba tarde a su cita con María. Se metió dentro de su BMW blanco, arrancó el vehículo y salió rápidamente hacía la casa de María.

  Sean salió del coche y abrió la puerta del copiloto. María salió de dentro y le dio las gracias. Lucía un vestido de tirantes corto y estrecho de color rojo oscuro.
  Entraron en Cicada, un restaurante italiano de los más caros y románticos de Los Ángeles. Sean había reservado mesa hacía ya varios días ya que era muy difícil entrar si no reservabas con mucha antelación. Fue idea de Sean quedar antes de la fiesta de Las estrellas para poder conocerse mejor. La verdad es que, para Sean, invitarla a la fiesta nada más haberla conocido le parecía demasiado precipitado. Por no hablar del beso que se dieron cuando se conocieron.
  El establecimiento era enorme en su interior. El suelo era de madera oscura  y tenía dos plantas. Una enorme lámpara colgaba del techo, dando un ambiente más romántico.
  Se sentaron en la mesa reservada y ojearon la carta de menú. El camarero llegó a su mesa tras un momento indecisión y tomó nota de sus pedidos.
  Sean pidió una ensalada italiana y María unos canelones de verduras.
  Tras más de diez minutos de espera llegaron los platos. La ensalada de Sean tenía muy buena pinta. Llevaba mozzarella con forma de esfera, cebolla caramelizada y crujiente, tomatitos pequeños, habas crudas y aceitunas, todo untado de vinagre de modena. Los canelones de María tenían toda clase de verduras: alcachofa, espinacas, cebolla, col, etc.…
  -¡Los canelones están deliciosos!-exclamó María.-¿Quieres probarlos?-María pinchó con el tenedor un trozo de su comida y se lo llevó a la boca de Sean, que se relamió los labios para limpiarse la verde salsa.
  -¡Están muy buenos!-sin duda, uno de los mejores platos que había comido en su vida. Y había probado mucha variedad de alimentos ya que a sus padres les encantaba viajar a diferentes lugares del mundo y probar sus exóticos platos.  
  -Por cierto, ¿cómo están Sara y Emm?-preguntó cambiando de tema.
  -Bien, no te preocupes.-Sean se acordó de aquella noche en el hospital y su sonrisa desapareció. Se le había olvidado por completo que siempre hay alguien que le observa a él y a sus amigos. Alguien que está dispuesto hacer lo que sea por hacerles daño.-Emm se hizo un corte en el brazo porque se clavó unos cristales pero ya está bien, y Sara solo se llevó un golpe en el pómulo.
  -Dios mío… debe de haber sido terrible…-María colocó sus manos encima de las de Sean y le miró fijamente.
  -Pero cambiemos de tema.-no tenía ganas de hablar de eso.-¿Tienes ganas de que llegue mañana?
  -La verdad es que sí.-María volvió a mirarle. Los azules ojos de María chocaron con los verdes de Sean. Sean se incorporó y le besó en los labios suavemente. La verdad es que estaba un poco indeciso con esta relación pero al mirarla fijamente se acordó de porque la besó aquel día en el centro comercial. Estaba empezando a sentir algo por ella. Algo muy fuerte.
  Sean volvió a sentarse y miró su plato medio vacío, enrojecido por el beso. Miró detenidamente su plato y se percató de un detalle. Había algo escrito en el fondo de la fuente. Un mensaje escrito con negro yacía bajo sus ojos.

Espero que te haya gustado la ensalada. La he hecho especialmente para ti.

  Sean volvió a estudiar su plato. Sí, efectivamente no había sido ninguna alucinación. Ahí estaba el mensaje, semioculto bajo las hojas de la lechuga.
  Se levantó rápidamente de la silla, observando aun la fuente. Sentía retortijones en el estómago y notó que iba a vomitar. Salió disparado hacia los servicios y escuchó como María le llamaba a lo lejos.
  Entró en uno de los retretes y comenzó a devolver. Agarró la tapa y la apretó con fuerza. Realmente se sentía fatal.
  Tras unos segundos terminó de arrojar y se limpió la boca con la muñeca y alzó la cabeza hacia la cubierta.
  No podía creérselo. Había otro mensaje escrito con permanente rojo:

¿Te ha hecho gracia esta broma? A Mallory no le hizo ninguna.

  El secreto sobre Mallory volvió a presentarse en su cabeza, ya que hacía días que se había olvidado del tema.
  Se sentó en el baño y cerró los ojos, esperando que todo eso fuera un sueño. Pero por desgracia, era muy real. 

viernes, 15 de junio de 2012

Cap. 16: 1º novela.


16
Besos con sabor a Miel


  Sara se recogió el pelo en una desaliñada coleta y pasó la página del libro Historia. Tenía un importante examen dentro de unos días, después de la fiesta de Las estrellas, y no había estudiado nada. Y para colmo, tenía que hacer un trabajo de Literatura de cien páginas y no sabía ni de que era el tema a trabajar.
  Sin embargo, cansada, dejó en lápiz que sujetaba en la mano encima del tomo y se dirigió al ordenador.
  Se sentó en la silla de giratoria y lo encendió. Tras eso, colocó la WebCam sobre la pantalla.
  Abrió el chat y miró en la lista de contactos.
  Sabía que eso estaba mal, que tenía que estudiar, pero necesitaba desconectar. Con lo sucedido con Daniel y con la presión de todos los exámenes y deberes no tenía tiempo ni de descansar.
  Miró la pantalla e hizo doble clic en el nombre de Sophia, la chica con la que iba a natación y con la que se había encontrado anteriormente en el centro comercial.
  Una ventana surgió en la pantalla y, tras unos segundos de espera, surgió la imagen de Sophia, que sonreía al otro lado de la cámara.
  -¡Hola Sara! ¿Qué tal?
  -Bien, aunque un poco estresada.-Sara soltó una risita.
  -¿Qué te ocurre?-quiso saber ella.
  -Es que ahora comienzan los exámenes, y tengo muchos deberes y trabajos.
  -Yo también estoy igual que tú.-se ríe Sophie.-Oye, me he enterado de lo de que os atacaron en tu casa a tu amiga y a ti, ¿estás bien?
  -Si, gracias.-la rabia le recorrió las venas al acodarse del incidente.-La verdad es que fue espantoso.
  -¿Y no sabéis quién puede haber sido?-Sophie arqueó una ceja.
  -No…-si en estos momentos Sara lo supiera, iría a matar al culpable.
  -Pues yo de ti tendría cuidado.-Sophie se puso muy serie, mostrando una mirada gélida cómo el hielo.-Puede que quien haya hecho eso esté más cerca de lo que os pensáis.
  -¿Qué quieres decir con eso?-Sara se sorprendió al escuchar las palabras que acababan de salir de la boca de Sophie.
  -Lo siento. Me tengo que marchar.-y se desconectó.
  ¿Qué acababa de pasar? ¿Sabía ella algo más de aquel día o… era la persona que las atacó y por tanto el misterioso acosador que les amenazaba con contarles la verdad?
  Todo empezó a aclarase en la mente de Sara. Por eso estaba tan rara el día que se la encontró en el centro comercial. Es ella la que está convirtiendo su vida y la de sus amigos en un infierno sin escapatoria.
  De pronto, alguien llamó a la puerta. Sus padres estaban en Nueva York por motivos de trabajo y su hermano Hale se había ido con Teresa a hacer los preparativos de la boda y elegir la iglesia, por lo que estaba sola en casa.
  Sin embargo, no podía dejar que el miedo se apoderara de ella. No podía permitírselo.
  Bajó las escaleras y se dirigió hacia la puerta blanca de roble; la abrió un tanto nerviosa por lo que pudiera encontrarse pero se calmó al ver quien era.
  -Hola Daniel.-entonces se acordó de cuando se encontraban en el hospital y descubrió que ella le había estado ocultando la sentencia que le comunicó el inspector Edison.
  -Hola Sara.-llevaba una caja entre los brazos.-Quería hablar contigo.-estaba un poco cortado por el comportamiento que tuvo el otro día. 
  -Yo también.-agachó la cabeza.-Siento mucho habértelo ocultado. De verdad.
  -No te disculpes. Yo me pasé gritándote de esa manera. Lo siento.-Daniel sonrió y le besó tímidamente en los labios.-Mira, te he traído un regalo.
  -No tendrías que haberte molestado.-pero ya había colocado las manos sobre el cajón, ansiosa por saber lo que era.
  Sara aguardó la caja entre sus extremidades y notó que algo se movía dentro de esta. Sacó el papel con delicadeza y levantó la parte superior del cajón y se llevó las manos a la boca para no gritar de la emoción.
  -¡No me lo puedo creer! ¡Gracias!-gritó al descubrir que lo que había dentro era un cachorrito de gatito atigrado de tonos grises con los ojos verde oliva. Su otro gato, Ajedrez, apareció de la nada y se apoyó sobre las piernas de Sara para ver lo que tenía entre las manos.
  -Mira Ajedrez, ahora tienes un nuevo amiguito.-este maulló y la miró fijamente con sus enormes ojos azul grisáceo.-Vamos arriba.-le dijo a Daniel.
  Subieron a su habitación y se sentaron el la cama apartando los libros de Historia y Literatura.
  -¿Qué nombre le vas a poner?-preguntó Daniel sonriendo.
  -No sé. Creo que Jack.
  -Me gusta ese nombre.-entonces este colocó su mano sobre la pierna de ella.
   Sara dejó a Jack en el suelo y este se marchó de la habitación en busca de Ajedrez.
  Le miró a sus profundos ojos azules y sonrió tímidamente. Su corazón latía rápidamente y su respiración se aceleró.
  Entonces ocurrió. Daniel se abalanzó sobre los labios de ella y Sara colocó sus manos sobre la nuca de él. Tras ese apasionado beso, se levantaron de la cama aun con los labios unidos y Daniel la estampó contra la pared. Sus manos recorrieron sus cuerpos cómo si no hubiera mañana. Sara se subió encima de él entrelazando sus piernas entre sus cintura; alzó la cabeza y dejó que Daniel le besara suavemente el cuello. Esta gimió y cerró los ojos para disfrutar de esa sensación. Tras eso, Sara le quitó la camiseta casi resquebrajándola y este le arrancó los pantaloncitos. Deslizó las manos sobre la espalda de Daniel, rozando los finos y cortos vellos casi inexistentes del dorso. Él hundió sus manos en las caderas de Sara y las llevó hacia la camiseta de tirantes de esta hasta arrancársela, dejando ver el sujetador azul de ella. Sara alzó la cabeza y miró por encima del hombro desnudo de Daniel y observó que la puerta de su habitación estaba abierta. Esta le hizo un gesto con la mano a Daniel mientras sus labios se rozaban con fuerza y él la llevó, aún en brazos, contra la puerta, cerrándola de un portazo. Sara se bajó de nuevo al suelo y le sacó los pantalones sin dejar de mirarle a sus profundos ojos. Tras eso, se dirigieron a la cama y empujaron los libros que cayeron al entarimado para dejar libre el lecho. Sara se tumbó alargando su cuerpo y este se puso encima de ella; sus carices se chocaron suavemente enguanto este se acercó besarla. Hubo mucho silencio después del beso, hasta que él le quitó con delicadeza la prenda inferior dejándola casi desnuda. Sara alargó el brazo y abrió el cajón de la mesita de noche y extrajo un preservativo envuelto en un envoltorio rosa. Nunca habían tenido relaciones sexuales, pero siempre guardaba uno por si llegaba la ocasión. Y esta ocasión lo requería.
  Daniel se saco los calzoncillos y los echo en el suelo. Tras eso, este agarró el condón que ella tenía entre los dedos y se lo puso. Volvió a apoyarse encima de ella y entonces ocurrió. Sara noto una presión acompañado de un leve pinchazo en su miembro. El himen se había roto. Sara maulló con fuerza y dejó escapar de su boca un gemido ahogado. Sintió cómo la temperatura en su cuerpo aumentaba y comenzó a sudar. Una gotita de sudor se deslizó sobre su nariz, cayendo en la comisura del labio. Daniel movió las caderas lentamente de arriba abajo; el placer que sentía dentro de él le provocó un orgasmo. Sara tornó a deslizar sus manos sobre el dorso nudo de él y notó el fresco sudor que recorría su espalda. Tras eso, bajó las manos con delicadeza hasta las nalgas de él y las presionó con fuerza. Sara volvió a gemir, pero esta vez más fuerte. Daniel maulló y se agarró a la cama, presionando las sábanas. Sara colocó sus extremidades sobre los brazos de este y los apretó con fuerza, hincándole las uñas. Esté gritó por última vez y se dejó caer encima de ella tras llegar a la polución. Sara echó la cabeza hacia atrás, suspirando. Daniel se situó a su lado y la abrazó, sus cuerpos desnudos se rozaron. Finalmente, la oscuridad llegó a los ojos de Sara, quedándose dormida junto al chico al que amaba.

  La luz de la mañana atravesó la ventana del cuarto de Sara. Esta se despertó, quedando cegada por la claridad.
  Se incorporó sobre si misma y miró a su alrededor. Todo estaba justo en su lugar: los libros en el suelo, las prendas esparcidas por la habitación, etc. Eso le hizo suponer que ni sus padres ni su hermano habían vuelto a casa.     Se levantó de la cama y observó que Daniel no estaba a su lado.
  El sonido del agua en la ducha rompió el silencio.
  -¿Daniel?-Sara alzó la voz.
  -¡Me estoy duchando!-la voz de Daniel retumbó entre las paredes.
  Esta se calmó al escuchar su voz.
  Tras eso, abrió el armario y sacó un albornoz de algodón y ocultó su torno nudo dentro de él.
  Su ordenador emitió un pitido y la pantalla se encendió; había olvidado apagarlo.
  Se sentó en la silla rotatoria y arrastró el ratón, pero, para su sorpresa, la flecha no se movió.
  Un mensaje salió derepente, sin que ella tocase nada. Contenía un enlace.
  La flecha se movió sola e hizo doble clic en el link. En la pantalla apareció un video en el que se escuchaban sonidos.
  Sara se acercó más para verlo mejor, ya que la imagen no era nítida. Se llevó las manos a la boca al darse cuenta de lo que era. Alguien les había grabado mientras se acostaban. El sonido de los orgasmos salió de los altavoces. Sara sintió nauseas y la piel se le erizó. Volvió a fijarse mejor. La grabación estaba hecha desde la WebCam de su dormitorio.
  Alzó la cabeza y ahí estaba. La cámara estaba encendida, mirándola fría y quieta.
  Tras eso, otro mensaje se abrió en la pantalla. Lo leyó para sus adentros:

Te vigilo

  Esta intentó cerrarlo, pero fue en vano. Cientos de nuevos mensajes aparecieron de la nada. Alguien estaba controlando su ordenador. Sara trató de apagar la computadora, pero esta no respondía. Entonces, se agachó y lo desconectó de la corriente. El ordenador dejó de funcionar.
  Volvió a levantarse y miró por la ventana; no había en la calle.
  La rabia recorrió sus venas y un escalofrío le recorrió todos los rincones de su columna.
  Alguien la había visto teniendo sexo y no podía permitir que aquel ente se saliera con la suya.